lunes, 27 de abril de 2009

LA MUJER Y SU PARTICIPACIÓN EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD COLOMBIANA

En la historia de la humanidad, la presencia de la mujer, generalmente, ha pasado inadvertida, tanto que en el registro de hechos sobresalientes, los nombres femeninos son muy escasos. La idea que ha predomina do, en la mayoría de las culturas y en las diferentes épocas, es que los acontecimientos importantes los han producido los hombres, y de hecho, también la historia la han escrito los hombres. Sólo desde hace poco tiempo, las mujeres han sido reconocidas como heroínas, pensadoras, descubridoras y luchadoras, que participado tanto como el hombre construcción del mundo.

Este ámbito presenta un breve recorrido por distintas épocas de la historia colombiana y permite descubrir y comprender el rol de la mujer en la vida social política, económica y cultural del país.

Las mujeres en la sociedad precolombina

En las sociedades precolombinas, las mujeres ocuparon un lugar central en la explicación del mundo, en la estructuración de la familia y de la comunidad, en la vida religiosa, en las labores de cultivo, y en todos los aspectos relativos a la organización de la sociedad. En estas comunidades, la mujer fue el centro del nacimiento de la cultura, lo femenino estuvo asociado al secreto de la fertilidad, al culto mágico, a la organización de la familia y a las artes. Las representaciones que hicieron diferentes culturas acerca de la madre tierra y de la luna, simbolizaron la presencia y la importancia de la mujer.

En las comunidades precolombinas, las mujeres se preparaban desde la infancia para las labores de siembra y recolección, la preparación de alimentos, la textilería. La cerámica y para las ceremonias sagradas.

Un ejemplo de la importancia de la mujer en las comunidades precolombinas, se aprecia en la cosmogonía muisca, donde la creación del Universo y el poblamiento de la Tierra, se explica por la presencia de la diosa madre Bachué. En esta cultura, también existió la diosa lunar Chía, símbolo de la vida placentera, de los juegos y de los bailes.

La mujer muisca gozó de gran prestigio al atribuírsele el don de la fertilidad, por lo que fue la encargada de realizar la siembra de las semillas; preparar la chicha y ejecutar los cantos rituales. La legislación muisca protegía a la mujer de cualquier ataque a su integridad física y además recibía un trato especial durante el embarazo, en los primeros años de maternidad y en caso de viudez.

La mayoría de las culturas indígenas que tuvieron jefatura femenina y condiciones igualitarias entre hombres y mujeres entraron en un proceso de transformación en el que el liderazgo masculino, en función de la defensa del territorio condujo, a la pérdida de la autoridad femenina.

Las mujeres en la sociedad hispánica

España heredó la visión cristiana patriarcal y monoteísta europea, que le otorgó a la mujer el papel de virgen, de madre o de pecadora. Esa mentalidad llegó a América en el siglo XV y transformó la concepción y el papel de la mujer en la nueva sociedad colonial.

El primer contacto entre los conquistadores y las mujeres indígenas, se efectuó en las Antillas, durante el primer viaje de Cristóbal Colón. Los hombres se maravillaron frente a la hermosura de las y los nativos, pero se escandalizaron por su desnudez.

Los españoles tomaron a las mujeres como parte del botín; así arrebataron por la fuerza a los indígenas, sus hijas y esposas.

Para el siglo XVI, las mujeres de la sociedad colonial, se agruparon en diferentes clases sociales: las españolas y criollas, es decir las blancas, tenían prestigio y un relativo poder; luego seguían las mestizas, que eran discriminadas por tener sangre indígena; luego estaban las indígenas que carecían de derechos y de dinero, y por último, se encontraban las negras, en su condición de esclavas y sirvientas. Durante la época de la Colonia, las mujeres, en general, estuvieron sometidas a la autoridad masculina y gozaron de pocos derechos y libertades.

Las mujeres en la Independencia

A finales del siglo XVI11 y comienzos del siglo XIX, en el continente americano las colonias se rebelaron contra los países europeos que las mantenían dominadas y se produjeron las guerras de independencia. En este proceso, generalmente se menciona a los proceres y libertadores; pero también es importante mencionar la participación de las mujeres de manera indirecta o directa, según su grado de acuerdo o desacuerdo con el gobierno español y según la cercanía que a través de sus familiares tenían con la causa de la independencia. Debido a la estructura patriarcal, que negaba a las mujeres cualquier participación en los espacios públicos y más aún en los espacios políticos, reservados para los hombres, ellas no conformaron, ni fueron parte de ningún movimiento político; sin embargo, se involucraron en el proceso de independencia por las circunstancias que las rodeaban y, de alguna manera, construyeron una conciencia social y política.

Según los investigadores, una de las formas como las mujeres contribuyeron a la Independencia fue desde sus posibilidades como amas de casa, esposas, hijas, parientes o amigas de líderes. Desde allí, ellas, de manera solidaria, contribuyeron a la realización de reuniones secretas o tertulias clandestinas, o a esconder y hospedar personajes claves para el desarrollo de la revolución.

Aunque las mujeres de la Nueva Granada concurrían a reuniones, eran poco consultadas y muchas desconocían los verdaderos propósitos revolucionarios. Un caso especial fue el de Juana Antonia Padrón Montilla. la madre de Mariano y Tomás Carrasquilla.

Ella hizo parte de los planes de los conspiradores, asistió a reuniones en la casa de Simón Bolívar y aportó con sus ideas al éxito de la expedición revolucionaria. Se destacó por su coraje y su inteligencia.

En la época de la Independencia, en Santafé, Francisca Prieto y Ricaurte, la esposa de Camilo Torres, fue una entusiasta seguidora de la lucha contra la dominación española; organizó y asistió a reuniones secretas en las que se discutían los planes revolucionarios. En las tertulias y fiestas que ella organizó, se planearon los acontecimientos del 20 de julio de 1810.

Aunque las mujeres de la Nueva Granada concurrían a reuniones, pocas eran consultadas y pocas conocían los verdaderos planes revolucionarios. Juana Antonia Padrón Montilla, la madre de Mariano y Tomás Carrasquilla, fue la excepción.

Ella se involucró desde el principio en las maquinaciones de los conspiradores. A partir de 1808. Asistió a reuniones en la casa de Simón Bolívar y sus consejos contribuyeron al éxito de la expedición revolucionaria hasta su muerte en 1814.

Las mujeres del 20 de julio

El 20 de julio de 1810, los habitantes de Santafé, llenaron la plaza principal exigiendo la formación de un cabildo abierto. Entre la muchedumbre se encontraban mujeres "revendedoras" que despreciaban a la esposa del virrey Amar y Borbón; ya que ella se enriqueció al controlar el monopolio de varios almacenes, el mercado de la ciudad y los restaurantes baratos, de modo que arruinó a varios comerciantes y a pequeñas empresas. Por ello gozó de la antipatía de las clases menos favorecidas. De la misma manera, mujeres de alcurnia como Petronila Nava, Hevia Serrano de García, Gabriela Barriga, Carmen Rodríguez y Eusebia Caicedo, protestaban en la plaza exigiendo al Virrey la aceptación de las demandas revolucionarias. Mujeres y hombres en grupos de protesta hicieron sentir su rechazo frente a los abusos económicos y políticos del gobierno español.

Las mujeres y la reconquista española

Entre 1816 y 1819, durante la reconquista española, algunas mujeres de la Nueva Granada disfrazadas de soldados, combatieron al ejército realista. Este fenómeno también se dio en Venezuela y Quito. Frente a estas muestras de valentía, son conocidas las palabras de Simón Bolívar frente a su ejercito libertador, en la batalla de Trujillo:"... hasta el bello sexo, las delicias del género humano, nuestras amazonas han combatido contra los tiranos de San Carlos, con un valor divino (...)".

Por su participación en las insurrecciones de la Independencia, incontables mujeres de la Nueva Granada fueron acusadas, enjuiciadas y hasta fusiladas.

Mercedes Loaiza. por ejemplo, fue asesinada en 1917, por negarse a denunciar a un patriota y otras fueron implicadas en complots por facilitar la fuga de prisioneros patriotas. De hecho, las primeras mártires reconocidas en el movimiento de la independencia en la Nueva Granada, en 1812, fueron: Luisa Góngora, Domitila Sarasti, Andrea Velasco y Dominga Burbano, de la ciudad de Pasto, quienes vestidas de hombres, entraron a la cárcel del pueblo con la intención de liberar al presidente de la provincia de Popayán, Joaquín Caicedo y Cuero. Infortunadamente el carcelero se enteró del plan y las mujeres fueron sorprendidas en el acto, encarceladas y fusiladas.

En el período de la reconquista, Policarpa Salavarrieta. heroína de Colombia, compartió con su familia el espíritu patriota y realizó una intensa labor política en Guaduas y Santafé, participó en labores de espionaje, entrega de correspondencia secreta y compra de material de guerra, por lo que fue condenada a muerte, bajo el régimen del terror impuesto por Juan de Sámano. Otras mujeres que trataron de convencer a los soldados del ejército realista de desertar y pasarse a la causa patriota, también fueron fusiladas.

Las mujeres en las luchas finales por la libertad

En las luchas definitivas por la Independencia, varias mujeres de destacada posición social formaron parte del ejército libertador, por lo cual eran llamadas Juanas, cholas o seguidoras de campamento. Los registros revelan que en la batalla de Boyacá en 1819 combatieron Evangelista Tamayo, quien tuvo el rango de capitán, Teresa Cornejo, Manuela Tinoco y Rosa Canelones.

Las mujeres comprometidas con la causa libertadora entregaron dinero, caballos, esclavos y joyas como contribución a las batallas; combatieron en los enfrentamientos; atendieron y cuidaron las tropas; hicieron trabajos de espías, mensajeras e informantes e incluso cargaron las armas durante los extenuantes viajes de campaña y hasta sepultaron a los combatientes caídos en el frente de batalla. En 1819, 49 mujeres proporcionaron ropa y pagaron el entrenamiento militar a 100 hombres, mientras en Tunja, las mujeres cosieron 3.000 chaquetas para el ejército libertador.

Pintura que representa el fusilamiento de Antonia Santos. Fue fusilada el 28 de julio de 1819 en el Socorro, por su participación en las luchas de independencia.

Vocabulario

Conciencia social y política: se refiere al conocimiento ligado al compromiso frente a las necesidades y situación que atraviesa un pueblo o un sector social.

Conspiradores: personas que se reunían para actuar en contra del gobierno español.

Gobierno monárquico: forma de gobierno en que la autoridad y el poder se concentra en el rey.

Realistas: personas que defendían la monarquía española y sus colonias.

Tertulias: reuniones informales y amenos don de se discutían temas relevantes y de actualidad.

Otro aspecto importante de mencionar fue el empeño de las mujeres para rescatar a sus seres queridos de la cárcel o para evitar que fueran llevados ajuicio por participar en el movimiento de independencia. Peticiones, cartas, audiencias y diversos mecanismos de presión, fueron utilizados por las mujeres frente a las autoridades españolas, para lograr el perdón y la liberación de sus hijos y esposos.

Finalmente, se debe señalar que, mientras muchas mujeres apoyaron la independencia, una minoría de criollas y españolas se sumaron a la causa de preservar la Colonia.

La idea de lealtad al rey, la preferencia por un gobierno monárquico, y las garantías sociales y económicas que no querían perder, fueron la causa de su elección. Por tales hechos de lealtad el rey las condecoró.

Pintura de Policarpa Salavarrieta. Fusilada por los pacificadores españoles en Bogotá, el 14 de noviembre de 1877.

La mujer en la sociedad republicana en el siglo XIX

Después de la Independencia de la Nueva Granada, cuando se constituyó la República, se mantuvo la diferenciación social heredada desde la Colonia, tanto en el orden político, como en el económico y en el cultural y a pesar de la participación femenina, en los movimientos de independencia, la situación de inferioridad de la mujer respecto al hombre, en nada cambió. Afirma la Investigadora Nohema Hernández que

"La mujer era considerada como un objeto, bien sagrado o bien de placer.

En el primer caso, el modelo impuesto era el de virgenmadre, en virtud del cual podía acceder a la vida religiosa,en cuyo caso quedaba bajo la tutela de la comunidad en calidad de esposa de Cristo y madre espiritual. La otra al ternativa que se ofrecía a la mujer erael matrimonio...".

En cualquier caso, para todas las mujeres, desde que se nacía se estaba bajo el dominio ya sea del padre, de la Iglesia o del esposo, quienes disponían de los bienes y decidían sobre la vida de las mujeres.

Vocabulario:

Concordato: contrato entre el Estado colombiano y la Iglesia católica por el cual ésta asume el control y orientación de la educación y la moral social en Colombia.

Patria potestad: autoridad del padre y/o la madre sobre ¡os hijos meno res no Independientes.

Regeneración: proyecto político conservador, que desarrolló el gobierno del presidente Rafael Núñez entre 1884 y 1886, que veía al país en caos por las ideas liberales y proponía rehacerlo, volviendo a la cristiandad y la obediencia.

Carolina Samper Acosta. Óleo de Domingo Gutiérrez Acosta. Las mujeres colombianas del siglo XIX, estaban sometidas a la autoridad del padre, del esposo o de los hermanos y no podían tomar decisiones por cuenta propia.


Uno de los principales intereses de los gobernantes criollos en las primeras décadas de la República fue elaborar Constituciones para regir el destino del país. Una manifestación clara de la situación de sumisión e in visibilidad de las mujeres, la constituye el hecho de no haber sido tenidas en cuenta como ciudadanas en las diferentes Constituciones promulgadas desde la Independencia. Incluso, en la Carta Política de 1843. se hacía explícito que la ciudadanía era para los granadinos varones, por lo que las mujeres debieron esperar hasta el plebiscito de 1957, es decir, más de un siglo, para obtener su reconocimiento político mediante derecho al voto.

En el siglo XIX, se expresaron tanto las ideas liberales que propugnaban por las libertades públicas y privadas, el ascenso social, el Estado de derecho; como también se expusieron las ideas conservadoras, que se identificaban en el deseo de mantener la independencia, pero restringían las libertades y expresaban el deseo de mantener un orden social similar al de la época Colonial. Se generaron movimientos sociales con los idearios revolucionarios europeos y se inició una transmisión de esas ideas hacia los sectores populares, que demandaron mayor participación en el Estado y mejoramiento de sus condiciones de vida. Sin embargo, en lo que respecta a la situación de la mujer, no hubo pronunciamiento alguno.

El matrimonio y la familia

Las diferentes tendencias políticas, liberales o conservadoras propugnaban por un modelo de nación y un orden social determinado, en los cuales:

la Iglesia católica tenía menor o mayor injerencia en la vida pública y privada de las personas, dependiendo de la Constitución que se aprobara. Es así como durante la vigencia de Constitución laica de 1863, se adopta la independencia del Estado respecto de la Iglesia. Por esta razón, cada Estado federado estuvo en libertad permitir que los hombres y las mujeres pudieran acceder legítimamente al matrimonio católico o al civil.

En el régimen conservador de la Regeneración, cuyo proyecto político estuvo basado en la moralización de la vida pública y privada, el Estado le devolvió a la Iglesia católica el control social a través del Concordato. Mediante este contrato se intervinieron instituciones como la familia, con lo que se privilegió a los hombres para anular su matrimonio civil y contraer matrimonio por la Iglesia católica con otra mujer, según la Ley 30 de 1888, pues la Iglesia consideraba el matrimonio civil un pecado gravísimo, similar al concubinato.

También se adaptó el Código Civil eliminando de éste todo aquello que favorecía a las mujeres con lo cual quedaron absolutamente sometidas a los hombres, como el padre, los hermanos o el esposo, quienes eran fuente de toda autoridad.

Al padre se le tenía conferida la patria potestad, por lo que los hijos e hijas debían someterse a su autoridad y decisiones. Del padre dependía la decisión sobre sus matrimonios, sobre lo que deberían aprender, sobre el uso de su tiempo y los lugares y personas con quien podían relacionarse.

Como madre, la mujer sería la figura fundamental para la consolidación de la moralización, pues era la encargada de educar en las buenas costumbres a los hijos y conservar el hogar con su paciencia y dedicación.

La mujer debía sumisión y obediencia a su padre y si contraía matrimonio, pasaba a depender de la autoridad de su esposo, por lo que sus derechos eran comparables a los de un menor de edad, en cuanto carecía de todo poder de decisión.

La ley le otorgaba al marido la potestad, es decir, el derecho sobre la persona y bienes de la mujer; además, podía conocer la correspondencia de la esposa, prohibirle frecuentar sitios o tener amistades. Si la mujer trabajaba, lo hacía con el permiso del marido y todo lo que ganaba él lo administraba.

Otra práctica de control sobre la mujer casada, fue la obligación de usar el "de", tomando el apellido del marido como signo de propiedad, lo cual estuvo vigente entre 1939 y 1970.

A la mujer soltera mayor de edad, la ley le permitía contraer obligaciones civiles, tener propiedades y manejar asuntos económicos. Sin embargo, en la práctica, le era difícil ejercer estos derechos, pues por el peso de la cultura patriarcal, se juzgaba mal el ejercicio de la autonomía en las mujeres.

Moral y conducta

La decencia, el control de las pasiones, la virtud y el honor, fueron los principales valores morales católicos que orientaron el comportamiento y las relaciones de las mujeres y los hombres en el siglo XIX y buena parte del siglo XX; no obstante, cada clase social, asumía estos preceptos de manera distinta.

La castidad era uno de los valores que la mujer debía guardar hasta el matrimonio. En la vida matrimonial, las relaciones sexuales, estaban supeditadas al exclusivo deseo del marido y debían confluir en la concepción de hijos que serían los herederos del patrimonio familiar y garantizaban la perpetuación del apellido paterno, como signo de tradición y linaje.

En cambio, para los hombres la sexualidad no estaba regularizada y era visto como necesario y natural que tuvieran relaciones previas y extramatrimoniales.

Candidatas al reinado de belleza en Ipíales en 1930. Los principios morales de esta época eran muy rígidos y estaban orientados principalmente por preceptos religiosos.


En las clases de menor prestancia, por lo general, el matrimonio estaba precedido por un tiempo de convivencia, quizá como una práctica cultural conservada de algunos pueblos indígenas. Esta práctica era calificada por la Iglesia católica como amancebamiento y pecado.

El control y la normatización sobre el cuerpo de la mujer era tal, que frecuentemente se daba instrucción a las mujeres respecto al comportamiento ideal en la calle, en la Iglesia, en las visitas, en las celebraciones, en los centros educativos y en el hogar. Además, existía un estricto control sobre el vestido, la postura y hasta el contenido y la forma de sus conversaciones. La falta de libertad de las mujeres también se evidenció en su manera de vestir, pues debían seguir las orientaciones de la sociedad y de la Iglesia. En 1930, el Vaticano expidió una reglamentación para que todos los obispos del mundo influyeran sobre las modas femeninas. El argumento expuesto para tal fin era el de impedir los daños que causa "el indecoroso modo de vestir, que tanto iba cundiendo entre las mujeres".

La educación

La educación para las mujeres ha sido impartida y regla mentada por la familia, los conventos, las escuelas, los colegios y los medios de comunicación. Para finales del siglo XIX y principios del siglo XX y de acuerdo con las políticas de los gobiernos conservadores, se concibió la educación femenina, como la necesidad de instruir en asuntos "propios" de mujeres como el cuidado de la casa, la alimentación, la salud, la higiene y otros conocimientos básicos de lectura, escritura y matemáticas, a lo que se denominó enseñanza elemental.

En esta época, la educación masculina y la femenina eran muy diferentes, puesto que a excepción de casos particulares, a los hombres se les educaba en ciencias y artes, mientras que las mujeres recibían educación para ser buenas madres y esposas. Así, las materias de enseñanza femenina incluían lectura, escritura, religión, moral, urbanidad y bordados. Las mujeres de clases altas que podían acceder a una educación más completa, estudiaban gramática, francés, aritmética, música y economía doméstica.

En 1903 se dictó la Ley 39 de reforma educativa, que introdujo la orientación industrial en la primaria y secundaria pero sólo para hombres. Las mujeres que quisieran prepararse mejor tenían que hacerlo por sí mismas y resistir las críticas sociales por ello.

Estudiantes de la Escuela Mormal de Señoritas de Medellín, 1912. La enseñaza fue una de las pocas actividades laborales en las que se permitía la participación de la mujer en los Inicios del siglo pasado.


Las instituciones escolares femeninas estuvieron dirigidas por mujeres, ya fueran señoras virtuosas, superioras de convento o sencillamente, maestras. En 1927 se inauguró el Instituto Pedagógico Nacional, para señoritas, destinado a la formación de maestras de educación primaria, educación normal y para la formación de inspectoras de educación. Es te Instituto reemplazó a la Escuela Normal de Bogotá.

En 1933, el gobierno de Enrique Olaya Herrera, mediante los decretos 1874 de 1932 y 227 de 1933, permitió que mujeres y hombres recibieran el mismo tipo de educación en el bachillerato, y que las mujeres tuvieran acceso a la universidad. La primera mujer colombiana universitaria fue una odontóloga graduada en la Universidad de Antioquia en1937.

Desde los años de 1920 se empezó a hacer visible el desarrollo económico del país, basado en la transformación de materias primas, la producción y el comercio, al tiempo que surgieron nuevas oficinas del Estado. Las distintas actividades económicas requirieron de mujeres capacitadas para desempeñar variados oficios y, aunque por esa época más del 50% de la población femenina de Colombia era analfabeta, numerosas mujeres de clase media, buscaron capacitarse en áreas como contabilidad, comercio, secretariado y distintas labores de oficina.

En 1936 se fundó en Medellín, el Instituto Central Femenino, que tenía como propósito, ofrecer a las mujeres una educación igual a la que recibían los hombres, pero al mismo tiempo, los conservadores y la Iglesia crearon la Es cuela Normal de Señoritas y dirigieron fuertes ataques contra el Instituto Central Femenino, acusado de poner en peligro la moral cristiana y la virtud. Por esta razón, la rectora renunció y como ninguna mujer colombiana por su desempeño en este cargo, estaba dispuesta a enfrentar los ataques, el gobierno tuvo que contratar a una educadora española, que recibió el apoyo de las alumnas.

El trabajo

La mentalidad predominante durante la mayor parte de la historia frente a la mujer ha desconocido su trabajo como un aporte a las dinámicas económicas familiares o empresariales. Hasta el momento actual muchas mujeres en Colombia deben asumir eltrabajo del hogar o trabajo doméstico, sin obtener por ello reconocimiento, protección o remuneración. Se trata de una pauta de socialización propia de nuestra estructura social patriarcal.

Desde finales del siglo XIX y principios del XX, las actividades de las mujeres estaban claramente diferenciadas por su clase social. Las mujeres de clase alta debían dirigir las actividades del hogar y velar por su cumplimiento. En las clases menos favorecidas y en el campo, el cuidado de la casa, la preparación de los alimentos, el aseo, la elaboración de vestuario, la atención de los hijos y de los abuelos, así como el cuidado de los cultivos y de los animales de criadero, fueron trabajos exclusivos de las mujeres. Tanto en aquella época como en la actualidad, a estas labores, no se les ha otorgado el reconocimiento de verdadero trabajo, aunque en muchas ocasiones constituye la principal fuente de ingresos para el grupo familiar.

Con el desarrollo industrial del país, aparecieron las primeras mujeres obreras que se ocuparon, entre otras labores, del procesamiento de aliños o la confección de vestuario; también fueron contrata das en las trilladoras, en las fábricas de tejidos y de cigarrillos. Se pagaba menos de la mitad a las mujeres que a los hombres y, por supuesto, muchas fábricas preferían esa mano de obra tan barata.

En la historia de la humanidad, la presencia de la mujer, generalmente, ha pasado inadvertida, tanto que en el registro de hechos sobresalientes, los nombres femeninos son muy escasos. La idea que ha predomina do, en la mayoría de las culturas y en las diferentes épocas, es que los acontecimientos importantes los han producido los hombres, y de hecho, también la historia la han escrito los hombres. Sólo desde hace poco tiempo, las mujeres han sido reconocidas como heroínas, pensadoras, descubridoras y luchadoras, que participado tanto como el hombre construcción del mundo.

Este ámbito presenta un breve recorrido por distintas épocas de la historia colombiana y permite descubrir y comprender el rol de la mujer en la vida social política, económica y cultural del país.

Las mujeres en la sociedad precolombina

En las sociedades precolombinas, las mujeres ocuparon un lugar central en la explicación del mundo, en la estructuración de la familia y de la comunidad, en la vida religiosa, en las labores de cultivo, y en todos los aspectos relativos a la organización de la sociedad. En estas comunidades, la mujer fue el centro del nacimiento de la cultura, lo femenino estuvo asociado al secreto de la fertilidad, al culto mágico, a la organización de la familia y a las artes. Las representaciones que hicieron diferentes culturas acerca de la madre tierra y de la luna, simbolizaron la presencia y la importancia de la mujer.

En las comunidades precolombinas, las mujeres se preparaban desde la infancia para las labores de siembra y recolección, la preparación de alimentos, la textilería. La cerámica y para las ceremonias sagradas.

Un ejemplo de la importancia de la mujer en las comunidades precolombinas, se aprecia en la cosmogonía muisca, donde la creación del Universo y el poblamiento de la Tierra, se explica por la presencia de la diosa madre Bachué. En esta cultura, también existió la diosa lunar Chía, símbolo de la vida placentera, de los juegos y de los bailes.

La mujer muisca gozó de gran prestigio al atribuírsele el don de la fertilidad, por lo que fue la encargada de realizar la siembra de las semillas; preparar la chicha y ejecutar los cantos rituales. La legislación muisca protegía a la mujer de cualquier ataque a su integridad física y además recibía un trato especial durante el embarazo, en los primeros años de maternidad y en caso de viudez.

La mayoría de las culturas indígenas que tuvieron jefatura femenina y condiciones igualitarias entre hombres y mujeres entraron en un proceso de transformación en el que el liderazgo masculino, en función de la defensa del territorio condujo, a la pérdida de la autoridad femenina.

Las mujeres en la sociedad hispánica

España heredó la visión cristiana patriarcal y monoteísta europea, que le otorgó a la mujer el papel de virgen, de madre o de pecadora. Esa mentalidad llegó a América en el siglo XV y transformó la concepción y el papel de la mujer en la nueva sociedad colonial.

El primer contacto entre los conquistadores y las mujeres indígenas, se efectuó en las Antillas, durante el primer viaje de Cristóbal Colón. Los hombres se maravillaron frente a la hermosura de las y los nativos, pero se escandalizaron por su desnudez.

Los españoles tomaron a las mujeres como parte del botín; así arrebataron por la fuerza a los indígenas, sus hijas y esposas.

Para el siglo XVI, las mujeres de la sociedad colonial, se agruparon en diferentes clases sociales: las españolas y criollas, es decir las blancas, tenían prestigio y un relativo poder; luego seguían las mestizas, que eran discriminadas por tener sangre indígena; luego estaban las indígenas que carecían de derechos y de dinero, y por último, se encontraban las negras, en su condición de esclavas y sirvientas. Durante la época de la Colonia, las mujeres, en general, estuvieron sometidas a la autoridad masculina y gozaron de pocos derechos y libertades.

Las mujeres en la Independencia

A finales del siglo XVI11 y comienzos del siglo XIX, en el continente americano las colonias se rebelaron contra los países europeos que las mantenían dominadas y se produjeron las guerras de independencia. En este proceso, generalmente se menciona a los proceres y libertadores; pero también es importante mencionar la participación de las mujeres de manera indirecta o directa, según su grado de acuerdo o desacuerdo con el gobierno español y según la cercanía que a través de sus familiares tenían con la causa de la independencia. Debido a la estructura patriarcal, que negaba a las mujeres cualquier participación en los espacios públicos y más aún en los espacios políticos, reservados para los hombres, ellas no conformaron, ni fueron parte de ningún movimiento político; sin embargo, se involucraron en el proceso de independencia por las circunstancias que las rodeaban y, de alguna manera, construyeron una conciencia social y política.

Según los investigadores, una de las formas como las mujeres contribuyeron a la Independencia fue desde sus posibilidades como amas de casa, esposas, hijas, parientes o amigas de líderes. Desde allí, ellas, de manera solidaria, contribuyeron a la realización de reuniones secretas o tertulias clandestinas, o a esconder y hospedar personajes claves para el desarrollo de la revolución.

Aunque las mujeres de la Nueva Granada concurrían a reuniones, eran poco consultadas y muchas desconocían los verdaderos propósitos revolucionarios. Un caso especial fue el de Juana Antonia Padrón Montilla. la madre de Mariano y Tomás Carrasquilla.

Ella hizo parte de los planes de los conspiradores, asistió a reuniones en la casa de Simón Bolívar y aportó con sus ideas al éxito de la expedición revolucionaria. Se destacó por su coraje y su inteligencia.

En la época de la Independencia, en Santafé, Francisca Prieto y Ricaurte, la esposa de Camilo Torres, fue una entusiasta seguidora de la lucha contra la dominación española; organizó y asistió a reuniones secretas en las que se discutían los planes revolucionarios. En las tertulias y fiestas que ella organizó, se planearon los acontecimientos del 20 de julio de 1810.

Aunque las mujeres de la Nueva Granada concurrían a reuniones, pocas eran consultadas y pocas conocían los verdaderos planes revolucionarios. Juana Antonia Padrón Montilla, la madre de Mariano y Tomás Carrasquilla, fue la excepción.

Ella se involucró desde el principio en las maquinaciones de los conspiradores. A partir de 1808. Asistió a reuniones en la casa de Simón Bolívar y sus consejos contribuyeron al éxito de la expedición revolucionaria hasta su muerte en 1814.

Las mujeres del 20 de julio

El 20 de julio de 1810, los habitantes de Santafé, llenaron la plaza principal exigiendo la formación de un cabildo abierto. Entre la muchedumbre se encontraban mujeres "revendedoras" que despreciaban a la esposa del virrey Amar y Borbón; ya que ella se enriqueció al controlar el monopolio de varios almacenes, el mercado de la ciudad y los restaurantes baratos, de modo que arruinó a varios comerciantes y a pequeñas empresas. Por ello gozó de la antipatía de las clases menos favorecidas. De la misma manera, mujeres de alcurnia como Petronila Nava, Hevia Serrano de García, Gabriela Barriga, Carmen Rodríguez y Eusebia Caicedo, protestaban en la plaza exigiendo al Virrey la aceptación de las demandas revolucionarias. Mujeres y hombres en grupos de protesta hicieron sentir su rechazo frente a los abusos económicos y políticos del gobierno español.

Las mujeres y la reconquista española

Entre 1816 y 1819, durante la reconquista española, algunas mujeres de la Nueva Granada disfrazadas de soldados, combatieron al ejército realista. Este fenómeno también se dio en Venezuela y Quito. Frente a estas muestras de valentía, son conocidas las palabras de Simón Bolívar frente a su ejercito libertador, en la batalla de Trujillo:"... hasta el bello sexo, las delicias del género humano, nuestras amazonas han combatido contra los tiranos de San Carlos, con un valor divino (...)".

Por su participación en las insurrecciones de la Independencia, incontables mujeres de la Nueva Granada fueron acusadas, enjuiciadas y hasta fusiladas.

Mercedes Loaiza. por ejemplo, fue asesinada en 1917, por negarse a denunciar a un patriota y otras fueron implicadas en complots por facilitar la fuga de prisioneros patriotas. De hecho, las primeras mártires reconocidas en el movimiento de la independencia en la Nueva Granada, en 1812, fueron: Luisa Góngora, Domitila Sarasti, Andrea Velasco y Dominga Burbano, de la ciudad de Pasto, quienes vestidas de hombres, entraron a la cárcel del pueblo con la intención de liberar al presidente de la provincia de Popayán, Joaquín Caicedo y Cuero. Infortunadamente el carcelero se enteró del plan y las mujeres fueron sorprendidas en el acto, encarceladas y fusiladas.

En el período de la reconquista, Policarpa Salavarrieta. heroína de Colombia, compartió con su familia el espíritu patriota y realizó una intensa labor política en Guaduas y Santafé, participó en labores de espionaje, entrega de correspondencia secreta y compra de material de guerra, por lo que fue condenada a muerte, bajo el régimen del terror impuesto por Juan de Sámano. Otras mujeres que trataron de convencer a los soldados del ejército realista de desertar y pasarse a la causa patriota, también fueron fusiladas.

Las mujeres en las luchas finales por la libertad

En las luchas definitivas por la Independencia, varias mujeres de destacada posición social formaron parte del ejército libertador, por lo cual eran llamadas Juanas, cholas o seguidoras de campamento. Los registros revelan que en la batalla de Boyacá en 1819 combatieron Evangelista Tamayo, quien tuvo el rango de capitán, Teresa Cornejo, Manuela Tinoco y Rosa Canelones.

Las mujeres comprometidas con la causa libertadora entregaron dinero, caballos, esclavos y joyas como contribución a las batallas; combatieron en los enfrentamientos; atendieron y cuidaron las tropas; hicieron trabajos de espías, mensajeras e informantes e incluso cargaron las armas durante los extenuantes viajes de campaña y hasta sepultaron a los combatientes caídos en el frente de batalla. En 1819, 49 mujeres proporcionaron ropa y pagaron el entrenamiento militar a 100 hombres, mientras en Tunja, las mujeres cosieron 3.000 chaquetas para el ejército libertador.

Pintura que representa el fusilamiento de Antonia Santos. Fue fusilada el 28 de julio de 1819 en el Socorro, por su participación en las luchas de independencia.

Vocabulario

Conciencia social y política: se refiere al conocimiento ligado al compromiso frente a las necesidades y situación que atraviesa un pueblo o un sector social.

Conspiradores: personas que se reunían para actuar en contra del gobierno español.

Gobierno monárquico: forma de gobierno en que la autoridad y el poder se concentra en el rey.

Realistas: personas que defendían la monarquía española y sus colonias.

Tertulias: reuniones informales y amenos don de se discutían temas relevantes y de actualidad.

Otro aspecto importante de mencionar fue el empeño de las mujeres para rescatar a sus seres queridos de la cárcel o para evitar que fueran llevados ajuicio por participar en el movimiento de independencia. Peticiones, cartas, audiencias y diversos mecanismos de presión, fueron utilizados por las mujeres frente a las autoridades españolas, para lograr el perdón y la liberación de sus hijos y esposos.

Finalmente, se debe señalar que, mientras muchas mujeres apoyaron la independencia, una minoría de criollas y españolas se sumaron a la causa de preservar la Colonia.

La idea de lealtad al rey, la preferencia por un gobierno monárquico, y las garantías sociales y económicas que no querían perder, fueron la causa de su elección. Por tales hechos de lealtad el rey las condecoró.

Pintura de Policarpa Salavarrieta. Fusilada por los pacificadores españoles en Bogotá, el 14 de noviembre de 1877.

La mujer en la sociedad republicana en el siglo XIX

Después de la Independencia de la Nueva Granada, cuando se constituyó la República, se mantuvo la diferenciación social heredada desde la Colonia, tanto en el orden político, como en el económico y en el cultural y a pesar de la participación femenina, en los movimientos de independencia, la situación de inferioridad de la mujer respecto al hombre, en nada cambió. Afirma la Investigadora Nohema Hernández que

"La mujer era considerada como un objeto, bien sagrado o bien de placer.

En el primer caso, el modelo impuesto era el de virgenmadre, en virtud del cual podía acceder a la vida religiosa,en cuyo caso quedaba bajo la tutela de la comunidad en calidad de esposa de Cristo y madre espiritual. La otra al ternativa que se ofrecía a la mujer erael matrimonio...".

En cualquier caso, para todas las mujeres, desde que se nacía se estaba bajo el dominio ya sea del padre, de la Iglesia o del esposo, quienes disponían de los bienes y decidían sobre la vida de las mujeres.

Vocabulario:

Concordato: contrato entre el Estado colombiano y la Iglesia católica por el cual ésta asume el control y orientación de la educación y la moral social en Colombia.

Patria potestad: autoridad del padre y/o la madre sobre ¡os hijos meno res no Independientes.

Regeneración: proyecto político conservador, que desarrolló el gobierno del presidente Rafael Núñez entre 1884 y 1886, que veía al país en caos por las ideas liberales y proponía rehacerlo, volviendo a la cristiandad y la obediencia.

Carolina Samper Acosta. Óleo de Domingo Gutiérrez Acosta. Las mujeres colombianas del siglo XIX, estaban sometidas a la autoridad del padre, del esposo o de los hermanos y no podían tomar decisiones por cuenta propia.


Uno de los principales intereses de los gobernantes criollos en las primeras décadas de la República fue elaborar Constituciones para regir el destino del país. Una manifestación clara de la situación de sumisión e in visibilidad de las mujeres, la constituye el hecho de no haber sido tenidas en cuenta como ciudadanas en las diferentes Constituciones promulgadas desde la Independencia. Incluso, en la Carta Política de 1843. se hacía explícito que la ciudadanía era para los granadinos varones, por lo que las mujeres debieron esperar hasta el plebiscito de 1957, es decir, más de un siglo, para obtener su reconocimiento político mediante derecho al voto.

En el siglo XIX, se expresaron tanto las ideas liberales que propugnaban por las libertades públicas y privadas, el ascenso social, el Estado de derecho; como también se expusieron las ideas conservadoras, que se identificaban en el deseo de mantener la independencia, pero restringían las libertades y expresaban el deseo de mantener un orden social similar al de la época Colonial. Se generaron movimientos sociales con los idearios revolucionarios europeos y se inició una transmisión de esas ideas hacia los sectores populares, que demandaron mayor participación en el Estado y mejoramiento de sus condiciones de vida. Sin embargo, en lo que respecta a la situación de la mujer, no hubo pronunciamiento alguno.

El matrimonio y la familia

Las diferentes tendencias políticas, liberales o conservadoras propugnaban por un modelo de nación y un orden social determinado, en los cuales:

la Iglesia católica tenía menor o mayor injerencia en la vida pública y privada de las personas, dependiendo de la Constitución que se aprobara. Es así como durante la vigencia de Constitución laica de 1863, se adopta la independencia del Estado respecto de la Iglesia. Por esta razón, cada Estado federado estuvo en libertad permitir que los hombres y las mujeres pudieran acceder legítimamente al matrimonio católico o al civil.

En el régimen conservador de la Regeneración, cuyo proyecto político estuvo basado en la moralización de la vida pública y privada, el Estado le devolvió a la Iglesia católica el control social a través del Concordato. Mediante este contrato se intervinieron instituciones como la familia, con lo que se privilegió a los hombres para anular su matrimonio civil y contraer matrimonio por la Iglesia católica con otra mujer, según la Ley 30 de 1888, pues la Iglesia consideraba el matrimonio civil un pecado gravísimo, similar al concubinato.

También se adaptó el Código Civil eliminando de éste todo aquello que favorecía a las mujeres con lo cual quedaron absolutamente sometidas a los hombres, como el padre, los hermanos o el esposo, quienes eran fuente de toda autoridad.

Al padre se le tenía conferida la patria potestad, por lo que los hijos e hijas debían someterse a su autoridad y decisiones. Del padre dependía la decisión sobre sus matrimonios, sobre lo que deberían aprender, sobre el uso de su tiempo y los lugares y personas con quien podían relacionarse.

Como madre, la mujer sería la figura fundamental para la consolidación de la moralización, pues era la encargada de educar en las buenas costumbres a los hijos y conservar el hogar con su paciencia y dedicación.

La mujer debía sumisión y obediencia a su padre y si contraía matrimonio, pasaba a depender de la autoridad de su esposo, por lo que sus derechos eran comparables a los de un menor de edad, en cuanto carecía de todo poder de decisión.

La ley le otorgaba al marido la potestad, es decir, el derecho sobre la persona y bienes de la mujer; además, podía conocer la correspondencia de la esposa, prohibirle frecuentar sitios o tener amistades. Si la mujer trabajaba, lo hacía con el permiso del marido y todo lo que ganaba él lo administraba.

Otra práctica de control sobre la mujer casada, fue la obligación de usar el "de", tomando el apellido del marido como signo de propiedad, lo cual estuvo vigente entre 1939 y 1970.

A la mujer soltera mayor de edad, la ley le permitía contraer obligaciones civiles, tener propiedades y manejar asuntos económicos. Sin embargo, en la práctica, le era difícil ejercer estos derechos, pues por el peso de la cultura patriarcal, se juzgaba mal el ejercicio de la autonomía en las mujeres.

Moral y conducta

La decencia, el control de las pasiones, la virtud y el honor, fueron los principales valores morales católicos que orientaron el comportamiento y las relaciones de las mujeres y los hombres en el siglo XIX y buena parte del siglo XX; no obstante, cada clase social, asumía estos preceptos de manera distinta.

La castidad era uno de los valores que la mujer debía guardar hasta el matrimonio. En la vida matrimonial, las relaciones sexuales, estaban supeditadas al exclusivo deseo del marido y debían confluir en la concepción de hijos que serían los herederos del patrimonio familiar y garantizaban la perpetuación del apellido paterno, como signo de tradición y linaje.

En cambio, para los hombres la sexualidad no estaba regularizada y era visto como necesario y natural que tuvieran relaciones previas y extramatrimoniales.

Candidatas al reinado de belleza en Ipíales en 1930. Los principios morales de esta época eran muy rígidos y estaban orientados principalmente por preceptos religiosos.


En las clases de menor prestancia, por lo general, el matrimonio estaba precedido por un tiempo de convivencia, quizá como una práctica cultural conservada de algunos pueblos indígenas. Esta práctica era calificada por la Iglesia católica como amancebamiento y pecado.

El control y la normatización sobre el cuerpo de la mujer era tal, que frecuentemente se daba instrucción a las mujeres respecto al comportamiento ideal en la calle, en la Iglesia, en las visitas, en las celebraciones, en los centros educativos y en el hogar. Además, existía un estricto control sobre el vestido, la postura y hasta el contenido y la forma de sus conversaciones. La falta de libertad de las mujeres también se evidenció en su manera de vestir, pues debían seguir las orientaciones de la sociedad y de la Iglesia. En 1930, el Vaticano expidió una reglamentación para que todos los obispos del mundo influyeran sobre las modas femeninas. El argumento expuesto para tal fin era el de impedir los daños que causa "el indecoroso modo de vestir, que tanto iba cundiendo entre las mujeres".

La educación

La educación para las mujeres ha sido impartida y regla mentada por la familia, los conventos, las escuelas, los colegios y los medios de comunicación. Para finales del siglo XIX y principios del siglo XX y de acuerdo con las políticas de los gobiernos conservadores, se concibió la educación femenina, como la necesidad de instruir en asuntos "propios" de mujeres como el cuidado de la casa, la alimentación, la salud, la higiene y otros conocimientos básicos de lectura, escritura y matemáticas, a lo que se denominó enseñanza elemental.

En esta época, la educación masculina y la femenina eran muy diferentes, puesto que a excepción de casos particulares, a los hombres se les educaba en ciencias y artes, mientras que las mujeres recibían educación para ser buenas madres y esposas. Así, las materias de enseñanza femenina incluían lectura, escritura, religión, moral, urbanidad y bordados. Las mujeres de clases altas que podían acceder a una educación más completa, estudiaban gramática, francés, aritmética, música y economía doméstica.

En 1903 se dictó la Ley 39 de reforma educativa, que introdujo la orientación industrial en la primaria y secundaria pero sólo para hombres. Las mujeres que quisieran prepararse mejor tenían que hacerlo por sí mismas y resistir las críticas sociales por ello.

Estudiantes de la Escuela Mormal de Señoritas de Medellín, 1912. La enseñaza fue una de las pocas actividades laborales en las que se permitía la participación de la mujer en los Inicios del siglo pasado.


Las instituciones escolares femeninas estuvieron dirigidas por mujeres, ya fueran señoras virtuosas, superioras de convento o sencillamente, maestras. En 1927 se inauguró el Instituto Pedagógico Nacional, para señoritas, destinado a la formación de maestras de educación primaria, educación normal y para la formación de inspectoras de educación. Es te Instituto reemplazó a la Escuela Normal de Bogotá.

En 1933, el gobierno de Enrique Olaya Herrera, mediante los decretos 1874 de 1932 y 227 de 1933, permitió que mujeres y hombres recibieran el mismo tipo de educación en el bachillerato, y que las mujeres tuvieran acceso a la universidad. La primera mujer colombiana universitaria fue una odontóloga graduada en la Universidad de Antioquia en1937.

Desde los años de 1920 se empezó a hacer visible el desarrollo económico del país, basado en la transformación de materias primas, la producción y el comercio, al tiempo que surgieron nuevas oficinas del Estado. Las distintas actividades económicas requirieron de mujeres capacitadas para desempeñar variados oficios y, aunque por esa época más del 50% de la población femenina de Colombia era analfabeta, numerosas mujeres de clase media, buscaron capacitarse en áreas como contabilidad, comercio, secretariado y distintas labores de oficina.

En 1936 se fundó en Medellín, el Instituto Central Femenino, que tenía como propósito, ofrecer a las mujeres una educación igual a la que recibían los hombres, pero al mismo tiempo, los conservadores y la Iglesia crearon la Es cuela Normal de Señoritas y dirigieron fuertes ataques contra el Instituto Central Femenino, acusado de poner en peligro la moral cristiana y la virtud. Por esta razón, la rectora renunció y como ninguna mujer colombiana por su desempeño en este cargo, estaba dispuesta a enfrentar los ataques, el gobierno tuvo que contratar a una educadora española, que recibió el apoyo de las alumnas.

El trabajo

La mentalidad predominante durante la mayor parte de la historia frente a la mujer ha desconocido su trabajo como un aporte a las dinámicas económicas familiares o empresariales. Hasta el momento actual muchas mujeres en Colombia deben asumir eltrabajo del hogar o trabajo doméstico, sin obtener por ello reconocimiento, protección o remuneración. Se trata de una pauta de socialización propia de nuestra estructura social patriarcal.

Desde finales del siglo XIX y principios del XX, las actividades de las mujeres estaban claramente diferenciadas por su clase social. Las mujeres de clase alta debían dirigir las actividades del hogar y velar por su cumplimiento. En las clases menos favorecidas y en el campo, el cuidado de la casa, la preparación de los alimentos, el aseo, la elaboración de vestuario, la atención de los hijos y de los abuelos, así como el cuidado de los cultivos y de los animales de criadero, fueron trabajos exclusivos de las mujeres. Tanto en aquella época como en la actualidad, a estas labores, no se les ha otorgado el reconocimiento de verdadero trabajo, aunque en muchas ocasiones constituye la principal fuente de ingresos para el grupo familiar.

Con el desarrollo industrial del país, aparecieron las primeras mujeres obreras que se ocuparon, entre otras labores, del procesamiento de aliños o la confección de vestuario; también fueron contrata das en las trilladoras, en las fábricas de tejidos y de cigarrillos. Se pagaba menos de la mitad a las mujeres que a los hombres y, por supuesto, muchas fábricas preferían esa mano de obra tan barata.