Autor: César González Muñoz Miércoles 18 de Marzo de 2009 César González Muñoz
Hay una sentencia de John M. Keynes, en su libro más famoso, La Teoría General (etc.) que se repite incesantemente en muchos debates entre economistas.
Voy a ponerla otra vez aquí: “Las ideas de los economistas y de los filósofos políticos, así sean correctas o incorrectas, son más poderosas que lo que normalmente se cree. De hecho, el mundo está regido por poca cosa más que eso. Los hombres dedicados a la práctica, que se creen exentos de cualquier influencia intelectual, son usualmente esclavos de algún economista difunto. Orates con autoridad, que oyen voces en el aire, están destilando su locura de algún escribiente que vivió hace años.”
Buena frase. Ahora el propio señor Keynes es uno de los economistas difuntos más famosos (el otro ha de ser Milton Friedman). En esta época de grave crisis de la economía mundial, su influencia intelectual real o supuesta, sus enseñanzas prácticas bien o mal aplicadas, su doctrina bien comprendida o tergiversada, están en los labios y en los escritos de gobernantes, legisladores, autoridades monetarias y analistas económicos. Hasta las revistas de interés general y los periodistas de la redacción general proponen, por ejemplo, que hoy día “todos somos keynesianos”.
¿De dónde viene el interés popular por el tema? Viene de la creencia de que Keynes inventó la idea de salir de las recesiones mediante la reducción temporal de impuestos y de un gasto público a gran escala financiado con deuda. Es más: las contribuciones doctrinarias y teóricas de este pobre economista difunto, has sido reducidas a una simpleza: Keynes se revolvería en su tumba si pudiera leer algunos críticos de las políticas de estímulo fiscal que ahora mismo están arrancando en todas partes del mundo para defenderse de la recesión. Dichos críticos dicen que la crisis financiera en Estados Unidos, el hartazgo del endeudamiento privado y público, la colosal deuda pública gringa, japonesa y de otros países ricos, es de la más fina y auténtica tradición “keynesiana”. Y que ahora, en el máximo de contradicción, se están aplicando medidas “keynesianas” para remediar lo que la misma doctrina había dañado.
Hay una corriente intelectual entre los economistas que se opone firmemente a las estrategias contemporáneas de estímulo fiscal. Es una opinión que considera que el énfasis debe ponerse en reparar el mecanismo del crédito y en dejar que los imperativos del mercado financiero se apliquen de manera irrestricta. Esta escuela admite que el dolor social del desempleo puede ser grande, pero que la enfermedad será peor si se pretende sanarla mediante medicinas “keynesianas”
Sumándome al estropicio de intérpretes, creo que lo que Keynes defendería hoy con vehemencia sería la puesta en marcha en todos los países de un programa permanente de inversiones públicas que fuera por lo menos igual a la inversión privada pero quizás el hombre estaría aterrado ante las perspectivas actuales de la deuda pública en muchos países.
jueves, 19 de marzo de 2009
¿Los alimentos en EE.UU. son una amenaza para la salud pública?
Autor: Jairo Puente Brugés- Miércoles 18 de Marzo de 2009
El sábado el presidente Barack Obama afirmó que el sistema de seguridad de los alimentos de Estados Unidos “es un peligro para la salud pública”. Evocó el reciente caso de contaminación de productos elaborados con cacahuetes, que ocasionó la muerte e intoxicación de muchas personas.
Para empezar a cambiar el aberrante sistema, Obama nombró en la cuestionada Food and Drug Administration (FDA) a funcionarios sin vínculos laborales anteriores con multinacionales. Así se aparta de lo hecho por los últimos presidentes gringos. En especial George Bush –amigo íntimo del presidente Álvaro Uribe- cuyo gobierno estaba integrado (casi en su totalidad), por antiguos empleados de las transnacionales.
Los conflictos de intereses son enormes. Por ejemplo, en el proceso de aprobación por parte de la FDA de una hormona fabricada (por manipulación genética) por Monsanto, participaron antiguos empleados de esta empresa, que en ese momento fungían de funcionarios públicos. Algunos regresaron a la empresa después de la aprobación y reglamentación de la hormona.
“La puerta giratoria”, la llaman los gringos. De ahí que no sorprende que para la FDA la leche “hormonada” y la natural sean iguales, a pesar de que estudios realizados por sus propios exfuncionarios –caso Richard Burroughs- concluían que las vacas tratadas con la hormona transgénica desarrollaban inflamaciones en las mamas, que se traducen en pus y antibióticos en la leche. Monsanto es una de las multinacionales que fabrica los Organismos Modificados Genéticamente (OMG) y el herbicida asociado: Roundup-glifosato (ha estado involucrada en los escándalos PCB, dioxinas, Agente Naranja y otros).
En este contexto no sorprende que la FDA también considere que los productos naturales y los transgénicos son iguales. Por lo mismo, asume que no hay necesidad de hacer estudios toxicológicos. Pero los pocos estudios sobre la seguridad de los OMG no contribuyen precisamente a tranquilizarnos. Una universidad italiana encontró modificaciones en las células de los testículos y del páncreas en ratas alimentadas con soya transgénica.
El profesor Arpad Pusztai comprobó que los OMG no son iguales a los no-transgénicos y además detectó graves alteraciones en ratas alimentadas con papas modificadas genéticamente. Los estudiosos que han osado divulgar estos negativos resultados –como Burroughs o Pusztai- han sido despedidos y difamados por presiones de las empresas y la complicidad de algunos científicos que vendieron su alma al diablo.
El sábado el presidente Barack Obama afirmó que el sistema de seguridad de los alimentos de Estados Unidos “es un peligro para la salud pública”. Evocó el reciente caso de contaminación de productos elaborados con cacahuetes, que ocasionó la muerte e intoxicación de muchas personas.
Para empezar a cambiar el aberrante sistema, Obama nombró en la cuestionada Food and Drug Administration (FDA) a funcionarios sin vínculos laborales anteriores con multinacionales. Así se aparta de lo hecho por los últimos presidentes gringos. En especial George Bush –amigo íntimo del presidente Álvaro Uribe- cuyo gobierno estaba integrado (casi en su totalidad), por antiguos empleados de las transnacionales.
Los conflictos de intereses son enormes. Por ejemplo, en el proceso de aprobación por parte de la FDA de una hormona fabricada (por manipulación genética) por Monsanto, participaron antiguos empleados de esta empresa, que en ese momento fungían de funcionarios públicos. Algunos regresaron a la empresa después de la aprobación y reglamentación de la hormona.
“La puerta giratoria”, la llaman los gringos. De ahí que no sorprende que para la FDA la leche “hormonada” y la natural sean iguales, a pesar de que estudios realizados por sus propios exfuncionarios –caso Richard Burroughs- concluían que las vacas tratadas con la hormona transgénica desarrollaban inflamaciones en las mamas, que se traducen en pus y antibióticos en la leche. Monsanto es una de las multinacionales que fabrica los Organismos Modificados Genéticamente (OMG) y el herbicida asociado: Roundup-glifosato (ha estado involucrada en los escándalos PCB, dioxinas, Agente Naranja y otros).
En este contexto no sorprende que la FDA también considere que los productos naturales y los transgénicos son iguales. Por lo mismo, asume que no hay necesidad de hacer estudios toxicológicos. Pero los pocos estudios sobre la seguridad de los OMG no contribuyen precisamente a tranquilizarnos. Una universidad italiana encontró modificaciones en las células de los testículos y del páncreas en ratas alimentadas con soya transgénica.
El profesor Arpad Pusztai comprobó que los OMG no son iguales a los no-transgénicos y además detectó graves alteraciones en ratas alimentadas con papas modificadas genéticamente. Los estudiosos que han osado divulgar estos negativos resultados –como Burroughs o Pusztai- han sido despedidos y difamados por presiones de las empresas y la complicidad de algunos científicos que vendieron su alma al diablo.
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